El reflejo de lo invisible



Stockholm (Rodrigo Sorogoyen, 2013) es una de esas películas que pertenecen al nuevo cine español, propuestas alternativas que pretenden ir más allá del cine español que habitualmente llega a las salas.

La película en un principio parece una apuesta floja y algo estereotípica, partiendo del "chico conoce chica", chica se muestra reticente y chico intenta seducirla a lo largo de la noche, uniéndole a eso una interpretación bastante decepcionante -de nuevo, en un principio- que no parece natural, en la que los actores (Aura Garrido y Javier Pereira) no se mueven sueltos y cómodos. Cae en la clásica trama con los clásicos momentos de todo argumento adolescente-amoroso, sin embargo utilizando una puesta en escena diferente, nueva, que refresca todo lo anterior, dotándole de aire al filme.




La fotografía de tonos azulados marca esta primera mitad, que se ve correspondida en su otra mitad-reflejo inverso en el que la iluminación cambia radicalmente por la luz blanca y limpia de la mañana, que lo inunda todo en imágenes en clave alta. Y es en esta segunda mitad en la que la película toma un camino diferente, en la que se despoja de los estereotipos anteriores y propone algo distinto, dando un vuelco de 180 grados a esta historia de amor-odio. En este momento es en el cual el espectador suspira "por fin", y aunque en un principio toma un giro interesante, el director no parece aprovechar esta nueva vía que ofrece, quedándose un poco sin fuerzas. Aun así, la interpretación antes decepcionante se torna brillante, al mostrar cada personaje su verdadera cara, sin máscaras ni engaños, bajo esa luz blanca que lo desnuda todo.

Por todo esto, Stockholm es en realidad una apuesta muy interesante, sobre todo en esa puesta en escena que ofrece novedad a través de sus planos, la gama cromática o los movimientos de cámara y ralentizaciones de la imagen, aunque sí que parece estar falta de esa fuerza que la trama se merece.




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