Historias mínimas



"The heart is not like a box that gets filled up; it expands in size the more you love."



Con Her (2013), Spike Jonze trae de nuevo una película única en su especie, hecha a medida a la particularidad de su director, capaz de recrear cualquier cosa que uno pueda imaginar de forma absolutamente camaleónica.

Esta vez Jonze nos presenta a un Joaquin Phoenix vintage a pesar de que el filme está ambientado en un futuro próximo. Él es Theodore, trabaja en una empresa escribiendo cartas personalizadas que los clientes le encargan para dirigirlas a novios, novias, padres, hijos, etc., metiéndose en el papel del supuesto autor y llenando las páginas de detalles y anécdotas íntimas. Es muy bueno en ello, y vemos cómo se le escapan las palabras que querría poder decir él mismo a alguien, en su propia vida, pero que sin embargo se quedan en el aire. Es solitario, recién divorciado y a menudo los recuerdos lo asaltan y lo asolan aún más. Se siente desgastado, vacío, habiendo sentido en el pasado ya "todo lo que podría llegar sentir en la vida". 
Un buen día Theodore decide comprar un sistema operativo personalizado capaz de empatizar con su dueño. Este O.S. acaba por llamarse Samantha (la cálida voz de Scarlett Johansson) y es mucho más que un ordenador: su voz es la de una mujer real, viva, risueña, que ríe, respira, se agita, se entristece, se ahoga. Poco a poco Samantha va desarrollando su personalidad y a la vez la relación con Theodore, que en un principio se muestra más distante pero que acaba por caer en ello, dejando fuera las convenciones y las miradas ajenas. Poco a poco se van enamorando ambos. Y surge una relación. Y ahí es donde Spike Jonze desnuda la historia.


La película trata acerca de la tecnología pero eso no es más que una ambientación para hablar de algo común como son las relaciones personales. Incluso siendo "ella"un sistema operativo, todo lo digital pasa a un segundo plano y el filme narra acerca de una relación entre dos personas. Jonze utiliza un tema tan humano que hace estremecer, golpea donde duele, habla de lugares comunes en los que nos sentimos afines.
La sociedad en la que vive Theodore es un mundo informatizado donde no hay espacio para la vida. Los adultos son niños disfrazados, este modo de vivir no les da oportunidad de crecer y desarrollarse. Pero las relaciones son verdaderas. En ese mundo digital hay un pequeño lugar para el amor, aunque quizá en un modo actualizado al tiempo futuro pero no por ello menos real. En su ciudad sólo gente como él siente. A él es a quien pagan para escribir cartas con sus sentimientos, el resto de la población está demasiado ocupada para hacerlo por sí misma.
Jonze nos presenta este mundo como algo que puede parecer distópico, pero según el propio director, él no pretende juzgar ni hacer crítica de nada sino simplemente mostrar al espectador cómo funciona la humanidad.  
Este mecanismo que asola a Theodore viene representado en las formas de Her. En los planos suele aparecer éste solo contra el mundo, él aislado en un paisaje urbano, solitario y frío, decadente.  Los colores son toda una declaración de intenciones, Theodore viste colores vivos, pastel, destacando entre la multitud, unido a los planos amplios que lo separan del resto. 
La banda sonora es otro de los elementos más destacados del filme, que se compone de una música ligera, original, dulce y suave, que en repetidas ocasiones se forma de canciones diegéticas que comparten Theodore y Samantha, canciones que les pertenecen a ellos y sólo a ellos, y que al escucharlas, el espectador accede en cierta medida a su mundo, a su universo personal.

Her no deja de resonar en los huesos horas después del visionado. Tiene algo especial que destaca entre el resto del panorama cinematográfico, tal y como haría Theodore dentro de su sociedad. Es un canto a la vida, la vida como fuente de felicidad y sufrimiento. Esto es vivir, la piel erizada, sentirse vacío, reír, conocer personas nuevas, sentir decepciones. 

Spike Jonze prepara su fórmula mágica y este es el resultado, a veces alegre, a veces amarga, pero ante todo una película muy humana.








Los límites del cuerpo.



"Por lo menos las cicatrices permanecen" -Mathieu


Love and bruises, de Ye Lou (2011) en un principio podría parecer una historia de amor más. Pero en cambio, es un ejercicio de ahondamiento en lo más profundo de las relaciones humanas actuales, de cómo funcionan los lazos y cómo esto se ve reflejado en el amor. La inestabilidad de la sociedad contemporánea, que es acorde a la fragilidad de los vínculos personales, da como fruto este tipo de conexiones en una relación de causa-efecto.
Todo comienza con Hua, una profesora china en París, teniendo unas últimas palabras suplicantes con su exnovio, que acaba de terminar con la relación. Ella, abandonada, rota, sola, se encuentra en medio del caos que supone la ciudad, de su ruido que no permite pensar y no deja de abrumar al espectador. En medio de ese estado de confusión aparece Mathieu, un obrero, y aquí empieza la vorágine.
Ambos comienzan una relación de amor, pero siendo éste destructivo, violento y dañino. Ye Lou presenta de este modo la gran complejidad del amor, amor como locura ininteligible e imparable, amor como algo extraño, muestra sus entresijos y se pregunta qué lo mueve y hasta dónde nos hace llegar. 



La relación que mantienen Hua y Mathieu se mueve entre el machismo y el victimismo, él la trata como a un objeto, en un tira y afloja constante de amenazas y chantaje emocional. El director muestra aquí una crítica a esta sociedad machista en la que vivimos, y el discurso de la película habla por la boca del profesor de la universidad a la que asiste Hua, que enseña acerca de la lucha de la mujer y de sus derechos, a la vez que, como en otra secuencia señala él mismo, lo que se enseña en las clases es abstracto y no corresponde en absoluto con la realidad. Porque la sociedad que presenta Ye Lou es una en la cual si una mujer dice "no" es porque no sabe lo que quiere, la mujer no tiene derecho a desencajarse de su papel dócil y tomar sus propias decisiones. Mathieu hiere a Hua verbal y físicamente, y se deja entrever que quizá el motivo sea la diferencia de clases aunque ello no tuviese por qué implicar diferencias de valores.
Aquí es cuando surge la pregunta ¿por qué ella no lo deja? Y éste es el punto en torno al cual gira la película. Hua es la imagen de quien renuncia a su identidad y se abandona a convertirse en un objeto.
Ella proviene de una sociedad intelectual que impone de algún modo un determinado estilo de vida, monótono, igual. Ella ha salido mal parada de este círculo tras su anterior ruptura, y quizá por llegar a sentir algo, aunque sea dolor, en medio de una vida predefinida gris y fría, prefiere esto. Prefiere intentar sentir, abandonarse al azar. No se quiere dejar atrapar por la rutina, y por ello busca nuevas vivencias y experiencias debidas al devenir, a los encuentros. De modo que Hua hace lo que canta Johnny Cash en Hurt, I hurt myself today to see if I still feel... en una relación llevada al extremo, en la cual a través del sexo se culmina la dominación absoluta de la mujer.



La puesta en escena es simétrica al contenido, toma la forma de aquello que está ocurriendo; el caos que supone el amor se ve reflejado en una cámara en mano constante que vibra y nos descoloca, a menudo manteniendo muchos elementos fuera de foco, y utilizando una gama cromática cálida, así introduciendo al espectador en esa nebulosa incontrolable que supone la relación entre Mathieu y Hua.

Love and bruises es un retrato fiel de los amores líquidos, contrariados y violentos que se viven hoy en día, mostrando su dureza y su crueldad y a la vez su fragilidad, presentando desde una altura superior a ambos personajes en toda su desnudez, dejando al espectador la elección de juzgar o no a estos pobres infelices que no son más que el fruto de una sociedad que se dirige hacia el vacío.




El retorno



Mi tierra (2013) es la historia del viaje a los orígenes de uno mismo. Bajo la dirección de Mohamed Hamidi y de los productores de Intocable (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011) este relato comienza en París, donde Farid nació y se crió, aun siendo sus padres argelinos. No sabe hablar árabe y aunque siempre que le preguntan por su origen él responde que es argelino, nunca ha pisado Argelia. Por unos problemas familiares se ve obligado a viajar a este país desconocido en nombre de su padre, y allí se encuentra con sus raíces, en un principio desconocidas y extrañas, pero poco a poco va ahondando más en sí mismo y encuentra dentro toda esa tradición, esa cultura, su ritmo de vida. Uno debe conocerse bien a sí mismo para poder formar parte del mundo. Y esta no es una historia particular sino que habla de algo universal, aplicable a toda familia, por ello esta aventura se llega a sentir en la propia carne. Todo esto va unido a una nota de humor muy agradable pero que va desapareciendo según va avanzando el largometraje.





Porque a pesar de este reencuentro interior, Farid siempre ve esta Argelia desde fuera, casi a modo de turista, sus amigos y familiares le cuentan sus miserias y él lo ve como algo lejano, algo externo. Oye sin parar historias sobre cómo su padre tuvo que viajar apostándolo todo hacia Francia, dejando a su familia atrás, o cómo un conocido ha pedido ya más de cuarenta veces un visado sin éxito, y la cuestión no es ya el dinero, a pesar de que es lo que parece mover el mundo, sino su origen, el ser argelino, el color de piel, el idioma hablado.

Pero él sigue siendo un europeo en un país árabe, hasta que en un momento dado le roban el pasaporte y se produce un giro absoluto en el modo de ver su país. Ahora él es uno de ellos, atrapado por la burocracia. Siente en su piel cómo es el verse rechazado por todas las cuestiones de raza, ahora que en ningún papel aparece la palabra "francés" y es tratado como uno más. Cómo alguien que nace en un país determinado y no en cualquier otro puede llegar a tener unas oportunidades radicalmente opuestas. Simplemente por la cuestión del origen. Farid siente por primera vez lo que es ser argelino, y en ese instante como si le pasara la vida entera por sus ojos, integra esa tradición en sí mismo, experimenta cómo fue la vida de su padre y de todos los que le suceden. Debe permanecer en el país hasta nuevo aviso de modo que sigue profundizando en su historia personal y acude a la casa donde nació su padre, recorre el camino que una vez anduvo éste. Sigue sus huellas.


Aquí Mohamed Hamidi explora la realidad, lo que ocurre día tras día en los países en los cuales las personas no son dueñas de sí mismas, a modo de un ejercicio de reivindicación y protesta, y muestra al espectador -quizá demasiado ajeno a este tipo de sucesos- su propia experiencia y la de tantos que habrán sufrido este tipo de discriminación racial. Algo que cada día se ve en la televisión pero a lo que no se le da mucha importancia.